domingo, agosto 06, 2006

Balada del turrón y de Lezama


El aviso es de La Zaragozana, restaurante de La Habana Vieja.


Lezama elogió la ensalada de aguacate y piña que, además de sabrosa, le pareció la confirmación de una estética agreste y divina. Cleva Solís la había preparado con el amoroso afán de agradar al etrusco de La Habana Vieja. Y a fe que lo logró. Después de recordar un verso de Manuel de Zequeira (“La airosa piña de esplendor vestida”), Lezama accedió a la solicitud de Cleva de dar inicio a una de sus famosas improvisaciones y comenzó, entonces, a disertar sobre el citado autor de la Oda a la Piña. Habló amenamente de la incursión guerrera de Zequeira en Venezuela y en Nueva Granada en contra de Bolívar y a favor de los realistas. Se detuvo en su importante desempeño como director del Papel periódico de La Habana, donde Zequeira se erigió en el rey cubano del neoclasicismo. Después de dejarlo en Matanzas, en el umbral de la locura, con el sombrero que lo hacía invisible según su imaginación de orate, Lezama se refirió a la invención mitológica de la piña que le debemos a la pluma de Zequeira y regresó, por fin, a la bella y gustosa ensalada de Cleva y tuvo ahora palabras gozosas para el aguacate, esa mezcla de almendra y pera, de aceite y misteriosa linfa, que deslumbra tanto como la piña y que regala todos los días -durante seis meses- el puré cotidiano de lo maravilloso.

Esta comida imborrable ocurrió en 1961, con motivo de la publicación de Dador. Lezama recordó en alguna carta la gracia poética de Cleva Solís oficiando ese día como cocinera de estilo, así como la emoción que le produjo el ver en el segundo plato (camarones al cilantro) un sorprendente adorno de pimientos que servía de cubierta y de homenaje. Y es que Cleva había escrito con los pimientos la palabra sagrada: Dador. Lezama guardó ese momento en su memoria como una singular iluminación de la poesía y la amistad, sin olvidar nunca, como goloso que era, la delicia suprema de los camarones.

No he leído noticia alguna sobre el postre que comieron esa vez, pero no es inverosímil que Cleva haya optado por un turrón negro, conocida como era la recreación mágica que Lezama había hecho de esa invención árabe en su preciosa Balada del Turrón publicada en 1955. Para Lezama el turrón es una joya de la segunda naturaleza o una sonrisa que se le añade a lo perfecto (lo son, de suyo, la almendra y la miel). Si la almendra puede ser apolínea, la miel llega a embriagar y a hacerse dionisíaca, convirtiendo al turrón en una combinación majestuosa de dulzura y aceite, cuyo efecto en el paladar del pequeño califa de Lezama (y de cualquiera) no puede ser dibujado, ni dicho, ni narrado por nadie. Solo al Dador le es permitido ese milagro.

Años después Lezama agasajaría a Cleva en “La Zaragozana”, regalándole un plato de porcelana china y reiterando su devoción poética por la amistad. He pensado hoy en estos fraternos convites lezamianos por la sencilla razón de que el próximo miércoles 9 se estarán cumpliendo 30 años de la muerte del inmenso autor de Paradiso.

Todos los días alguien descubre esa isla del tesoro literario. En algún rincón de la lezamiana fiesta innombrable nos encontraremos.

P.D: La ensalada de aguacate y piña suele acompañar, según René Vázquez Díaz, los camarones al cilantro. En su libro El sabor de Cuba. Comer y beber (Tusquets, colección Los 5 sentidos, Barcelona, 2002) encontramos sencillas recetas de esos dos platos. Si alguien se interesa se las copio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cleva Solís?
De Orígenes?

Biscuter dijo...

Sí, origenista. La menos conocida. Excelente poeta.