lunes, agosto 14, 2006

Variaciones sobre cocina literaria


Günter Grass

1. Inicio la lectura de una novela escrita por un amigo. Media página está dedicada a un desayuno. El personaje busca una sartén negra, sin mango. Abre la llama del gas y la deja ahí. Saca el aceite y los huevos y cuando el primero empieza a humear rompe las cáscaras y suelta el contenido. Las yemas patinan un poco en la clara hasta que el endurecimiento las detiene y empiezan a enrojecer, a revestirse con una película semitransparente. De una gaveta extrae una pala para despegarlos y un plato para servirlos. Después toma un aguacate, lo raja y con una cuchara separa la pulpa y tira la piel en el depósito de la basura. Con una mano agarra un taburete rojo y con la otra el plato. Se sienta mirando hacia el valle, pero no come hasta no servirse un jugo de frutas. La novela donde esto está ocurriendo se llama Todos los caminos llevan a Roma y su autor es Arnaldo Acosta Bello, cuyo enorme gusto por la cocina quedaría sellado para siempre en ese sencillo y noble desayuno, para mí el más memorable de la narrativa venezolana.

2. Entra furtivo a la cocina y va directo a la nevera. Tiene sed. Acaba de dejar a medias una de sus historias de médicos y quiere terminarla esta noche. Abre la nevera y ve unas frutas que su esposa guardó para mañana. Se sirve un vaso de agua, pero no deja de mirar las frutas. No resiste. Las saca y se las come. Hoy no estaba para hacer poemas, pero toma un papel y escribe un mensaje que deja en el lugar donde se encontraban las frutas: “Sólo para decirte que me comí las ciruelas que guardabas para el desayuno. ¡Estaban tan sabrosas, tan dulces y tan frías!”. Ese relámpago de poesía y goce lo escribió, como se sabe, William Carlos Williams.

3. Ocurrió lo peor. Preparaba el mejor de sus platos para su novio. Y nada. La catástrofe. Todo se le derramó y ahora llora desconsolada y le escribe una carta a su pequeño hijo que ni se entera. La carta es una de las piezas magistrales de la novela. Le dice: “No estoy triste, tu mamá es una pavota, se me fue al fuego el borsch que había hecho para (él) (...) Rocamadour, es idiota llorar así porque el borsch se ha ido al fuego. La pieza está llena de remolacha, Rocamadour, te divertirías si vieras los pedazos de remolacha y la crema, todo tirado por el suelo”. Las páginas inolvidables de Rayuela manchadas de remolacha. Estamos en el París de Cortázar y la Maga en este instante es un desastre delicioso.

4. Todo el mundo está hablando de su reciente confesión. Algunos lo condenan con severidad y proponen despojarlo de premios y distinciones obtenidas. Es un escándalo en Europa, especialmente en su país. Hoy estoy en una de sus páginas por puro gusto y porque habla en ellas, precisamente, del placer de la comida marina. Por cierto, los dos últimos días me he regalado con róbalo fresco. Uno, frito, entero, hecho por Miguel Quinto y el otro por Cuchi, macerado en limón, ajo y sal, frito en aceite de oliva. Me consuela la memoria de esos almuerzos recientes ante la imposibilidad de comerme hoy un rodaballo que está tentándome desde las formidables páginas de Günter Grass (el escritor alemán hoy objeto de dicterios). Ese rodaballo será estofado en vino blanco con alcaparras. Uno de los personajes quería aceitarlo por ambos lados, espolvorearlo con albahaca y dejar que se hiciera en horno moderado durante media hora.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La obra literaria de Grass está por encima de su pasado, cualquiera que éste sea. Pero no es el punto en discusión. Lo que asombra es que algunos pretendan, fascistamente, castigar a Grass por lo que hizo en su adolescencia.