Manuel Cabré. El Avila
Tres vueltas al parque en el retorno. Poca gente estos días, según reporte preciso del
Inspector Ardilla. Migraron las guacamayas y aún no aparece Su Ilustrísima.
Turpiales de su cuenta.
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“Pido la paz y la palabra”. Así tituló
famosamente Blas de Otero uno de sus libros. Lo recordé hace un momento mientras
leía el sabio artículo que Santiago Key Ayala le dedicó al vocablo “paz” en esa
espléndida obra que es Monosílabos trilíteros de la lengua castellana. Allí
están la paz y la palabra. Y está Key (otro trilítero), con la llave maestra
del humanismo y la elegancia de su prosa.
El primer párrafo incluye una hermosa estampa
que vale por todo un tratado. Otra voz semejante concurre en esas líneas: “Pan”.
Key ilustra la paz que necesitamos para comer,
así:
“Uno de
los espectáculos más aleccionadores que he presenciado en mi vida, fue el
almuerzo de un obrero en una calle de París. Había conquistado su pan con la
receta formulada por Dios en el Paraíso, refrendada y despachada por el
farmacéutico de la Vida. Lo había conquistado, no sólo con el sudor de su
frente sino con el de su cuerpo entero. Estaba sentado a horcajadas en uno de
esos bancos de piedra sin respaldo, abundantes en las calles de vestidas de arboleda.
A un lado, el bollo de pan bien oliente, de corazón blanco y tez tostada.
Frente a él, un plato donde lo aguardaba resignado, paciente, provocativo un
rico pollo. Testigo dispuesto a confesar sus secretos, el complemento del pan y
el ave, una botella de vino, del tinto. Un vaso, dispuesto a servir de
intermediario. Circulaba la muchedumbre, densa y apretada. Pasaba indiferente,
con la libertadora indiferencia de la multitud en las grandes capitales. Por su
parte, el obrero no veía a nadie. Estaba consagrado en cuerpo y alma a su
labor. Partía el pan, descuartizaba su pollo, consultaba su botella de vino. El
mundo era para él su comida y su banco. Lo admiré un buen rato. Cuando
proseguí, me pareció que yo había participado del almuerzo. Había vivido unos
momentos cerca de la paz, y la paz había entrado en mi corazón”.--
Después de decir que la paz “no es inercia, ni
oportunismo, ni mimetismo, ni contemporización indecente”, el caraqueño nos
recuerda esto:
“Y queda todavía una mal llamada paz. La que
reinó un día en Varsovia y resonó en el mundo como la más trágica de las
campanadas. La paz de los cementerios. La paz de los sepulcros. Paz negativa,
falsa paz. Porque no hay sujeto que la goce. La que hubiera sido el almuerzo
del obrero, sin el obrero. Cosa exánime. Con razón exclamó el poeta, que no
creía en la paz de los sepulcros (…)”
“Paz del ánimo, paz de los hombres de un mismo
pueblo, paz entre las naciones, una humanidad lacerada te reclama con angustia.
Clama por el arcángel inerme que te diga, nuncio de redenciones: Salve! y diga
a todos: La paz sea con vosotros. Bello lo presiente en versos admirables:
El hombre
tras la cuita y la faena,
quiere
descanso y oración y paz.
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Escritor olvidado hoy en día, Santiago Key Ayala,
es una fuente de paz. Perteneció a esa fraternidad de hombres cultos que
vivieron bajo el signo del Avila, ese sagrado protector de Caracas.
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