Vértigo. Al fondo, Madeleine (Kim Novak) y Gavin Elster (Tom Helmore) comiendo en el Ernies´s
Vértigo. La visité anoche por enésima vez y sus pasos de sombra me
sorprendieron de nuevo. Por un momento quise no haberla visto nunca y disfrutar
en completa inocencia el suspenso de su principal MacGuffin, pero no.
A partir de un verso
de Borges sobre la memoria, se podría decir, con precisa ontología negativa, que
sólo una cosa no hay: el olvido de una gran película.
Volver a estar embaucado del todo por Hitchcock en la mayor de las intrigas de esta obra maestra, le está vedado a quien ya la ha visto. Pero hay siempre un disfrute distinto. Anoche me fue imposible –como otras veces- no atar o imaginar que tal o cual detalle es una ominosa pista de lo que ya conozco o una no advertida pieza simbólica de la tragedia.
Volver a estar embaucado del todo por Hitchcock en la mayor de las intrigas de esta obra maestra, le está vedado a quien ya la ha visto. Pero hay siempre un disfrute distinto. Anoche me fue imposible –como otras veces- no atar o imaginar que tal o cual detalle es una ominosa pista de lo que ya conozco o una no advertida pieza simbólica de la tragedia.
Esta vez me fijé en
el Ernie´s, el restaurante de San
Francisco al que Scottie (James Stewart) acudió tres veces, manteniendo vivo el
recuerdo de una de ellas. Se trata de un escenario imprescindible, con el
esplendor de su antigua elegancia y la elevada estima de sus comensales. Fue allí
donde Scottie vio por vez primera a quien sería el espectral objeto de su
deseo, y donde después comería con Judy (Kim Novak), cuando estaba en trance de
recobrar imaginariamente a su perdida dama y haciendo su labor de Pigmalión.
Si atendemos sólo a
lo que vemos y oímos del Ernie´s en
el filme, podríamos ensayar una conjetura: el color rojo en las paredes, el
tono rojizo de la puerta -que bien observa Eugenio Trías en su libro sobre Vértigo-, las alfombras y las sillas rojas
y –quizá más relevante-, el trozo de carne roja, a punto, y sobre su propio jugo,
son más que señas cromáticas en esta prodigiosa obra de arte. Son piezas de un
MacGuffin simbólico y, a la vez, muestras de un contexto urbano y social
necesario para el drama.
Recuérdese otra
escena decisiva. Cuarto del hotel en el que se hospeda Judy, quien termina de
arreglarse para ir a cenar con Scottie al Ernie´s.
Mientras expresa su deseo de comerse “uno de esos grandes y jugosos bistecs”,
le pide a Scottie que la ayude a ponerse un collar. Hasta aquí. Ya sabemos todo
lo que delatará ese viejo collar de rubíes.
Teatro y cine dentro
del cine, MacGuffin dentro del MacGuffin y una torre abismal. Todo eso hay en Vértigo.
Creo que no es un azar que un “castillo sangriento”, como llamó al
"chateaubriand" aquella traducción ad libitum citada por Cortázar,
también esté presente en el paisaje alimentario de esta maravillla
cinematográfica.
Hoy no estaría mal para el almuerzo.
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