jueves, abril 28, 2005

Otro artículo de Alberto Soria

Cocina y pasarela

por Alberto Soria



Hacer que la gente crea que senos, pantorrillas y cinturas trabajadas son las credenciales adecuadas para clasificar mesas, cocinas y cocineros, es algo más grave que confundir aserrín con pan rallado. Es transitar rumbo a la cocina el peor camino, el de la banalidad.

Asumir que desnudeces de calendario y protagonistas de la fama fugaz de la farándula puedan ser sólo por ese origen árbitros del sabor, jueces de las mejores técnicas culinarias, pontífices de salsas y cocciones, faros que conduzcan hacia los mejores platos, es andar por la vida con la brújula del rating en la mano.
Imaginar que modelos que ayunan por necesidad sean jueces de las mejores cocinas de su ciudad, y de las ciudades más atractivas del mundo, es como organizar para esquimales y luchadores de sumo concursos sobre valoración de lechuga y berro, y para los jockeys, campeonatos de ingesta de cocina grasa.

La posesión de la brújula de rating le permitió a Hollywood entre las décadas de los años ochenta y noventa del siglo pasado, incursionar en la gastronomía para hacer también de ése, su negocio. Famosos de la pantalla y las perchas humanas que pasean las creaciones de la moda invirtieron millones de dólares para crear la noción de que el cine y la pasarela califican para crear y dirigir restaurantes. Ninguno triunfó. Todos fueron un fracaso. Las franquicias terminaron vendiendo hamburguesas y ensaladitas. Sus mejores ingresos provienen de las franelas y llaveros que los turistas y quinceañeras compran con la ingenuidad de aquél que adquiere de la fama sus despojos.

Ya no solo se trata de que quienes no saben juzguen públicamente sobre lo que no saben, sino que ese juicio mediático no se pondere y equilibre. Hacia la sociedad banal se avanza cuando se supone que la vida es un casting de belleza, preferiblemente semidesnuda.

El historiador y catedrático de Oxford Felipe Fernández-Amesto en su último libro sobre alimentos, cocina y civilización, llama la atención sobre la forma en que la sociedad moderna infravalora la mesa, sus ingredientes y sus consecuencias.


“Lord Northcliffe, el magnate de la prensa británica, solía decirles a sus periodistas que los temas que garantizaban un interés perdurable en los lectores eran cuatro: la delincuencia, el amor, el dinero y la comida”. Pero solo el último “es básico e universal. No puede haber vida sin comida. Por ende, es legítimo considerar la comida como el tema más importante del mundo: es lo que más preocupa a la mayoría de la gente durante la mayor parte del tiempo”.

A Fernández-Amesto se debe otra frase formidable: “Los platos que cocinamos y comemos a diario contienen todos los ingredientes de nuestro pasado y nuestro presente: nuestra identidad, nuestro lugar en la sociedad y el lugar que nuestra sociedad ocupa en el mundo”.

Bueno sería, piensa uno, que se la incluyera en los libros sobre nutrición en las escuelas, y que la frase convertida en pancarta se la colgara en los comedores de industrias y empresas, en las cantinas de liceos y las de universidades.

Así quizás entendamos lo que la pasarela no enseña y la gastronomía sí: no hay cocina más despreciable que la que pretende aparentar lo que no es. Y no hay festín que no se acabe.

alberto@soria.as

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Son excelentes las citas de Fernández-Amesto. Eso de que "los platos que cocinamos y comemos a diario contienen todos los ingredientes de nuestro pasado y nuestro presente", es la mejor definición de identidad culinaria que yo he leído. Además, es un mentís rotundo a quienes pretenden reducir la cocina a la "restauración", y dentro de ella, a la patética tardovanguardia de los "deconstructores".

Gracias Biscuter por compartir con nosotros los artículos muy buenos de Alberto Soria.

Anónimo dijo...

Señora Biscuter,

Bueno fíjese que yo creo que eso está bien. Hay unas muchachas muy bonitas en algunos restaurantes que le hacen olvidar a uno lo malo que pueda ser lo que estamos comiendo. Por otro lado los cocineros ahora usan una cantidad de cosas, chaquetas, gorros, pañuelos y unos cuchillos especiales que según sé son carísimos. Mi abuela lo que tenía era una pañoleta pero eso sí era super delicada con la higiene en la cocina y nos daba unos regaños inmensos cuando entrábamos a meter las manos en la comida. Sin embargo fíjese que se ven muy bien los cocineros con esas pintas y bueno aunque a uno a veces se le olvida si cocinan bien o no, pues a uno le gusta que estén todos blanquitos y con esas ropas que parecen muy caras. Saludos y gracias por su tiempo

Br. Sansón Carrasco